Carta desde Washington Heights a la Ciudad Corazón - Con la nostalgia de una hija ausente



Inés María Tejada


Inés María Tejada E. es una escritora domínico-americana perteneciente al movimiento literario de la diáspora dominicana de la ciudad de Nueva York, en las primeras tres décadas del siglo XXI. Es, además, enfermera profesional jubilada, antropóloga cultural y educadora en academia y en la comunidad dominicana de Wahington Heights/Inwood y el Bronx.

Nació en la ciudad de Santiago de los Treinta Caballeros en 1949. Reside en la ciudad de Nueva York desde 1971, en donde practicó la profesión de enfermería, (RN), hasta su retiro en 2015 del prestigioso centro de salud Lenox Hill Hospital.

La licenciada Tejada es graduada con una licenciatura en enfermería de La Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, (PUCMM), de Santiago, República Dominicana. Además, obtuvo maestría en enfermería en Hunter College, Universidad de la Ciudad de Nueva York, (1981). En el año 2002 obtuvo dos maestrías adicionales, una en educación y otra en antropología social, Columbia University, N.Y.

Una vez jubilada, la Lic. Tejada se embarcó en una segunda carrera profesional como escritora en inglés y español. Su obra literaria incluye narrativa de ficción y textos híbridos de relatos autobiográficos y tratados de antropología social. Además, es ensayista, conferencista, educadora comunitaria y gestora cultural.

Ha publicado dos novelas en español, El amante guerrillero de Dyckman Street y La Caverna del Hombre Equivocado; así como la novela en inglés The East Side Healer; dos libros de cuentos y relatos: Anoche mataron a Trujillo y Peregrinaje; la obra teatral La Inesperada seducción de una dama honorable; y el tratado de géneros híbridos Testigo de una Virgen de Covid-19, 2020-2022. En adición, sus obras han sido incluidas en dos antologías y en la revista literaria Hybrido. Finalmente, este año la Lic. Tejada prepara tres tratados híbridos en inglés y su primer libro de poesía en español. Puede ser contactada en tejadaines@yahoo.com.



Carta desde Washington Heights a la Ciudad Corazón

-Con la nostalgia de una hija ausente-


A la inolvidable Ciudad de Santiago

de los Treinta Caballeros:

____________________

Nota: Como hija orgullosa de la ciudad de Santiago de los Treinta Caballeros, he escrito este ensayo en género epistolar, dedicado a dicha ciudad, relatando mi experiencia como inmigrante dominicana a Washington Heights. El motivo para usar el estilo epistolar ha sido rendirle homenaje a la ciudad de Santiago de los Treinta Caballeros, en donde nací y crecí. A mi edad, quería hacer este proceso como catarsis. Además, deseaba poner de relieve a la ciudad que es ya mi hogar de por vida, Nueva York, a la cual le estoy tan agradecida por abrirme sus brazos junto a mi familia, lo mismo que a millones de compatriotas dominicanos y sus descendencias. 
____________________

Cinco décadas de lejanía de mi parte no han sido suficientes para borrar mi amor por ti, ciudad amada de mi niñez, que me arrullaste desde el momento mismo en que salí del vientre de mi madre y me cuidaste día tras día, asegurándote de que creciera sana y robusta junto a mis padres y hermanos. ‘La Ciudad Corazón’, te cantan poetas y trovadores; mientras que los economistas y sociólogos te catalogan como la ‘Segunda Capital’ de la República Dominicana. 

Los historiadores te rinden homenaje, destacando tu pasado glorioso, especialmente en las gestas independentistas, llamándote ‘Ciudad Hidalga’. Yo, en cambio, te veo como la madre amorosa que me recibió al llegar a esta vida junto a mi familia y nos cobijó, cuidadosamente, con amor y ternura.

Sé que esperas por mí, tu hija pródiga, en el lugar de siempre, emperchada en tus barrancas de La Otra Banda y Bella Vista, acunada por dos cordilleras que te protegen de huracanes destructores, arrullada por las aguas del rio Yaque del Norte, alimentada por los frutos cosechados por tus campesinos en las fértiles llanuras del Valle del Cibao.

Recordar mis años de niñez en ti me llena de nostalgia y melancolía abrumadoras. Cierro mis ojos y visualizo vívidamente desde donde quiera que esté en esos momentos, tus calles estrechas, alineadas por casas pintadas de amarillo profundo, rosado intenso y azul oscuro; casas de balcones acogedores, cuyos techos son adornados con maderas pintadas de blanco, bordadas cual fina filigrana, simulando el algodón de lencerías propias de los hogares de la época colonial. Tanta delicadeza, tanta belleza, había en ti,

¡Santiago de mis amores! Tu gallardía y encanto, la hermosura de tus mujeres y el abolengo de tu gente, han sido inspiración de poetas y cantores. Yo recuerdo tus plazas provincianas, las casonas de las familias de estirpe, plantadas en el centro mismo del pueblo; añoro buscar refugio del calor opresor de cualquier tarde santiaguera a la sombra de los cedros del parque Colón, para más tarde adentrarme en el oasis espiritual y físico que significa la paz de la Catedral Santiago Apóstol.

Sentada en la cálida penumbra de ese impresionante recinto, simultáneamente histórico y sacrosanto, me deleito mirando al cruzar la calle, el bello edificio colonial que alojaba la biblioteca ‘Amantes de la Luz’ en esos tiempos. A su lado vislumbro estructuras semejantes, construidas con detalles arquitectónicos que traen a la palestra visiones de épocas pasadas de la sociedad española (pena inmensa me da al saber que muchas de estas joyas de la ingeniería cultural ya no existen, derribados por gente insensible, quienes los han sustituido con espacios mundanos para estacionamientos de automóviles, estaciones de gasolina, o torres modernas de cristal y acero, carentes de la belleza arquitectónica de las casas coloniales de antaño).

Más que nada, echo de menos las personas que me rodeaban y que me amaban cuando era niña, en su mayoría ya desaparecidos, como eran mis padres, mis abuelos, y mis tíos. Yo también los amaba con la ingenuidad del ser inocente que era en ese entonces, aunque desde muy joven sabía que los iba a dejar atrás, que mi destino estaba en otras playas, porque emprendería vuelo lejos de mi querida ciudad y mi gente amada, tan pronto terminara mis estudios universitarios.


Razones para emigrar

Sí, recordada ciudad de mi origen, amada Santiago, ya a temprana edad yo sabía que ese era mi destino: ¡emigrar a Estados Unidos! Lo haría por necesidad económica, pues enfrentaba un futuro incierto como joven profesional proveniente de una familia de bajos recursos. Sabía que el salario que me esperaba practicando mi profesión, me condenaría a un estado perenne de pobreza controlada, en el que no podría ayudar a mis padres y a mis ocho hermanos, todos más jóvenes que yo, como yo soñaba.

De manera que, siguiendo los pasos de muchos otros compatriotas dominicanos, hermanos emigrantes, con reluctancia, pesar y mucha aprehensión, me embarque en una odisea de vida a solo dos meses de haber cumplido veinte y dos años, inmediatamente después de terminar mis estudios universitarios. Cual ave en regiones de inviernos amenazantes a su supervivencia, alce vuelo en busca de tierras más prometedoras de seguridad financiera. Ese soñado paraíso era, como lo había sido para miles de dominicanos antes que yo, viajeros cargados de sueños, la ciudad de Nueva York, hacia donde se habían dirigido la mayoría de la ola de emigrantes que se inició después del tiranicidio del dictador Rafael L. Trujillo el 30 de mayo del 1961.


“Me voy pa’Nuevayol!”

“¡Ah, Nuevayol!”, como pronunciamos el nombre de la ciudad de Nueva York (dos palabras muy significativas para nosotros), los que emigramos desde nuestra amada Quisqueya a esta gran ciudad! “La Babel de Hierro”, la catalogan sociólogos y economistas, aunque así también la conoce coloquialmente también el público en general. Qué gran diferencia hay entre sus edificios grises y sus torres de cristal; entre sus inviernos congelados y el clima lleno de sol y palmeras de nuestro bello país de origen, República Dominicana; o entre la personalidad colectiva dominicana, bullanguera y escandalosa, ¡y la fría persona del gringo!

Tremendo choque cultural y lingüístico significaba para nosotros, los primeros migrantes dominicanos, enfrentar las costumbres desconocidas de los anglos, los africanos americanos y hasta de los mismos “Nuyoricans” o cubanos refugiados de la revolución castrista del 1959, que encontramos aquí a nuestra llegada. Pero, como decimos en Santo Domingo, “al mal tiempo, buena cara”. Así que los que nos decidimos a iniciar esa odisea, parecía que nos hubiésemos reforzados con el mantra colectivo de “A echar pa’lante en este país de lengua y costumbres desconocidas”.

Porque, verdaderamente, llegamos y nos quedamos, sobrellevando las penurias, humillaciones y transiciones dolorosas que encontramos en nuestras jornadas individuales de adaptación.

¡Sí, Señor! “Los DominicanYorks”, como nos llamaban con cierta ironía nuestros hermanos de aquí y de allá, habíamos llegado para triunfar o triunfar, pues no había otra alternativa, una vez que nos decidíamos a cruzar en avión el charco del océano Atlántico. Veníamos en busca del famoso “Sueño Americano”, para los viajeros y para los familiares dejados atrás en pueblos y parajes de nuestro territorio nacional. Nada nos iba desanimar; ¡no había espacio para la derrota! Además, probablemente no teníamos dinero para comprar el pasaje de regreso.

Teníamos que quedarnos y lidiar con lo que fuera. ¡Así sería, y así fue! Como escribió el poeta español Antonio Machado, ‘hicimos Camino al andar’, creando nuestra versión del barrio dominicano en los vecindarios de Washington Heights e Inwood, localizados en la parte más al norte del condado de Manhattan, icónico símbolo de la ciudad de Nueva York. Esta área norteña de Manhattan está formada geológicamente por colinas, acantilados, pequeños valles y profundas hondonadas, motivando a los dominicanos recién llegados a llamar esta zona ‘El Alto Manhattan’, nombre que, frecuentemente, usamos los dominicanos-americanos, en vez de los nombres oficiales, Washington Heights e Inwood.


Somos: Dominicanyorks, Dominico Americanos,

Dominicanos en el exterior, Diáspora Dominicana, Comunidad Dominicana

En mi opinión, somos todo eso y más, aunque yo prefiero usar el gentilicio “dominicano-americano”, cuando me refiero a las personas de la comunidad de la diáspora dominicana, siguiendo la denominación más común en el idioma inglés. Pero, acepto la denominación oficial de “Dominicanos en el exterior’, adjetivo usado por las entidades gubernamentales de República Dominicana). Sea como sea que nos llamen, los inmigrantes dominicanos en Estados Unidos, hemos creado procesos de integración y adaptación a la cultura que encontramos, incluyendo cambios en el lenguaje.

Estos fenómenos de adaptación idiomática son entendibles, pues nuestras lenguas luchan tratando de pronunciar los sonidos agudos del idioma inglés, complejidad fonética que difiere notablemente de la suavidad y melodía de los vocablos de nuestro idioma nativo, el español. De manera que hemos creado diferentes pronunciaciones para las palabras inglesas, tendencias que han producido un jargón conocido como “spanglish”, el cual es una amalgama de sonidos fonéticos del inglés y el español. “Alto Manhattan” es una manera de adaptación también, pues para el típico inmigrante dominicano es más fácil pronunciar “Alto” que “Washington Heights”, dos palabras extranjeras a las estructuras idiomáticas de nuestro cerebro.


Asentamiento en Washington Heights/Inwood, (Alto Manhattan).

En esos primeros años de migración, la situación era incierta, por no decir abrumadora, ya que no había organizaciones de apoyo para la ola de inmigrantes que llegaban diariamente

Casi setenta años más tarde, la diáspora dominicana ha madurado, tanto económicamente como en lo social y organizacional y aunque cada inmigrante tiene su propia historia de transición, en la comunidad dominicana hay estructuras que proveen servicios de guía en salud, viviendas, educación y fuentes de trabajo. Ejemplo de estas estructuras son las agencias comunitarias y las oficinas de los oficiales electos de origen dominicano, localizadas en Washington Heights/Inwood y los demás condados de la ciudad de Nueva York, además de la zona tri-estatal y en todo el territorio nacional, en donde se han establecido los dominicanos radicados en Estados Unidos.

Estas agencias de apoyo son necesarias, porque la migración dominicana a la ciudad de Nueva York continúa, lo mismo que a muchas ciudades de la nación. Y como se entiende, migrar de su tierra es un evento dramático y estresante para el viajero, desde todas las perspectivas del ser humano: física, mental, emocional, familiar, cultural, profesional, económico y demás.

En el caso de migración a la ciudad de Nueva York, pasada y presente, el proceso es predecible: el viajero, (a), es recogido, (a), por algún familiar o, inclusive, por amigos.

Los anfitriones posiblemente viven en cualquiera de los condados de la ciudad, o en uno de los pueblos de las zonas aledañas a la ciudad de Nueva York. En las décadas en las que Washington Heights/Inwood eran los vecindarios de primacía de la comunidad dominicana, este alojamiento, se encontraría, con toda probabilidad, en un apartamento dentro de un edificio localizado en una de las calles o avenidas al este de Broadway, muchas de las cuales ahora llevan nombres de héroes dominicanos Estos edificios son de construcción humilde, muchos sin ascensores, llamados ‘Tenements’ en inglés, hechos a principios del siglo veinte para rentar a inmigrantes de bajos recursos procedentes de Europa: irlandeses, italianos, griegos y judíos.

A principios de los años sesenta un gran número de estas familias europeas había emigrado a urbanizaciones recién construidas en las afueras de la ciudad, de casas pequeñas, pero confortables, ofrecidas a bajo costo a los residentes de Washington Heights e Inwood,

Para estos inmigrantes, mudarse a los suburbios era percibido como un paso hacia adelante en sus búsquedas del famoso ‘Sueño Americano’, así que aspiraban a hacerse propietarios de una de estas tan pronto estaban a la venta. Este éxodo hacia los suburbios ocurrió en menos de una década, proceso que trajo como resultado un gran número de apartamentos vacíos en El Alto Manhattan.

Los dueños de estos apartamentos, (Landlords en inglés), ansiosos de llenarlos con inquilinos, alquilaban con renta a muy bajo costo y pocos requisitos más allá de que se les pagara la renta a tiempo. La combinación fortuita de la mudanza a ritmo acelerado de los residentes europeos hacia los suburbios y la llegada masiva de inmigrantes dominicanos a principios de los años sesenta, facilitó una rápida repoblación de estos apartamentos gracias a estos dominicanos recién llegados en gran número a paso acelerado, quienes, aun así conseguían trabajo con relativa facilidad en las factorías de ropa de la séptima avenida, sustituyendo a los mismos obreros europeos que se habían mudado a los suburbios.

Ya para junio de 1971, cuando yo llegué a Washington Heights, el área era un barrio dominicano. Inclusive muchos negocios eran propiedad de los nuestros, aunque no en la escala que ha sucedido desde entonces, en que empresarios dominicanos tienen hegemonía en supermercados y bodegas, servicios de taxi, salones de belleza, restaurantes e infinidad de otros negocios, no solamente en la ciudad de Nueva York, sino, también, en todo el territorio de la nación en donde hemos echado raíces como inmigrantes.

La comunidad dominicana ha crecido a casi tres millones de individuos a nivel nacional y a más de un millón en la ciudad de Nueva York, convirtiéndonos en la mayor de las etnias hispanas, por delante de los puertorriqueños, colombianos o mejicanos. Además, nos hemos esparcido por toda la ciudad y más allá: El Bronx, Corona, Queens, Loisada, Brooklyn y hasta Staten Island. Otros nos hemos establecidos en estados cercanos y lejanos la ciudad de Nueva York, de modo que hay comunidades de inmigrantes dominicanos y su descendencia en los cincuenta estados de la llamada ‘Unión Americana’. Esta presencia dominicana es especialmente notable en los estados de la región de Nueva Inglaterra, en La Florida y en los estados de la zona atlántica, como son Pensilvania y New Jersey.

Sin embargo, Wahington Heights e Inwood, continúan siendo simbólicos iconos de la migración dominicana a Estados Unidos, a pesar de las recientes tendencias socioeconómicas producida por la ‘gentrificación’ de estos vecindarios desde hace unas tres décadas, que ha traído como consecuencia un incremento en las rentas, forzando un número creciente de familias dominicanas a abandonar el Alto Manhattan. Muchos se han mudado al condado del Bronx, en donde el número de residentes dominicanos, de acuerdo con estadísticas de la oficina de la alcaldía, es, hoy por hoy, mayor que en Washington Heightse Inwood combinados. (De acuerdo con un estudio hecho por la Dra. Ramona Hernández, directora del Instituto de estudios dominicanos en City College de la Ciudad de Nueva York, en el 2022, cuando los resultados fueron reportados, 47% de los dominicanos residen en EL Bronx, 23% en Washington Heights/Inwood).

Aun así, la comunidad de la diáspora dominicana continúa ejerciendo gran influencia en esta parte de la ciudad, en donde hay varios oficiales electos de origen dominicano, incluyendo dos Asambleístas estatales, dos Concejales y un Congresista federal.

A mi llegada a la zona en el año 1971, no había ninguna duda de que esta zona era el corazón de la diáspora dominicana, especialmente las avenidas y calles al este de Broadway, pues el área al oeste había permanecido relativamente segregada, habitada por miembros de una comunidad judía ortodoxa y personas de clase media de origen irlandés. Además, dos instituciones dominaban la economía del área, hecho que establecía sentido de permanencia: Columbia Presbiterian Medical Center y Jeshiva University.


Historia personal como inmigrante

Mi Santiago, ahora déjame contarte, brevemente, mi jornada personal en esta ciudad: llegué una tarde cálida de junio de año 1971, dos meses después de mi cumpleaños número veinte y dos, a solo unas semanas de haberme graduado de La Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra con una licenciatura en Enfermería. Como la mayoría de los que emigrábamos venía a cobijarme en el apartamento de un familiar. En mi caso, ese pariente era una tía paterna, quien residía en un edificio localizado en el corazón de Washington Heights, la esquina formada por la calle 168 y la Avenida Ámsterdam.

Recuerdo vívidamente el momento en que, acompañada de mi tío político, emergí desde las profundidades de la estación del tren A en la calle 168 oeste, la cual está frente al gigantesco complejo de edificios de Columbia Presbiterian Medical Center, a solo tres cuadras del edificio en donde todavía reside mi tía. Aunque me impresionó el imponente hospital, llamó más atención inmediata la yuxtaposición de las estructuras físicas de los edificios, con la escena que vi en un pequeño parque en Broadway, en donde había un grupo de hombres dominicanos jugando dominó, vociferando con jocosidad y riendo a carcajadas, mientras se oía el chasquido de las fichas al ser plantadas con fuerza en la mesa de juego.

A unos metros de distancia, noté un hombre de cierta edad vendiendo empanadas que hacia allí mismo en un aparato simulando un anafe dominicano. A su lado en el suelo, tenía un boom box tocando estridentemente, merengue dominicano. Al mirar aquello, una sonrisa asombrada se dibujó en mis labios, pues las expresiones de cultura dominicana en este, el corazón de Washington Heights, me tomaron por sorpresa.

Por lo demás, cada día me adentré más en esta mezcla de lo americano y lo dominicano que significaba vivir en esta comunidad: el idioma español presente al lado del idioma inglés, incluyendo instituciones oficiales y hospitales; un restaurante dominicano al lado de uno americano, o escuelas y calles bautizadas con los nombres de figuras insignes de la historia o la cultura dominicana al lado de un nombre irlandés. En esta mezcla de mundos anglosajones y dominicanos he vivido desde entonces, practicando mi profesión, creciendo como adulta, auspiciando a mis ocho hermanos y sus familias, y haciéndome vieja; estoy agradecida de Dios, feliz de ser quien soy: una santiaguera-americana, viviendo una vida saludable y plena a mi edad. Enfermera retirada, escritora y gestora cultural de la diáspora dominicana en esta, mi ciudad adoptiva, pero añorándote, Santiago de mis amores.

Cuando llegué en 1971 la transición en aquel entonces fue difícil, requiriendo de mí el trabajar en factorías y limpiar casas de americanos blancos en los pueblos del estado de New Jersey cercanos a la ciudad de Nueva York. Tuve, además, que negociar mi estatus como residente legal, mientras estudiaba inglés en las noches. Una vez superados estos escollos, me preparé para tomar el examen del estado de Nueva York, llamado NCLEX, que me proveería mi licencia de enfermera profesional. Estoy orgullosa de reportarte, Santiago querido, ¡que todo eso lo logré en menos de tres años!

Para enero de 1977, comencé a trabajar como enfermera en uno de los hospitales de más prestigio en Estados Unidos: Johns Hopkins en la ciudad de Baltimore, Maryland. Más tarde me desempeñé en la misma posición en el famoso hospital de cáncer ‘Memorial Sloan Kettering Cáncer Center’ y en Lenox Hill Hospital, de donde me jubilé como la enfermera educadora en oncología.

Posterior a mi jubilación en 2015, inicié una segunda carrera como escritora de ficción y tratados sociológicos. Me siento orgullosa de ser una autora de varias obras publicadas en el seno de la diáspora dominicana de la ciudad de Nueva York. Como escritora y gestora cultural trato de ser partícipe de este gran sancocho cultural que es la comunidad dominicana en esta, la tercera década del siglo veinte y uno.


Despedida

Anclada en esta ciudad de Nueva York, mi nostalgia se acentúa pensando en ti, ciudad de mis recuerdos de vida joven. A través de las plataformas sociales, me entero del progreso que estás experimentando en este siglo XXI, los cuales me llenan de orgullo. También sé de tus desafíos y me preocupo. Pero, en general, vislumbro un futuro optimista y prometedor para ti y tu gente, amado Santiago.

Quiero que sepas que a través de los años te he visitado a menudo; que, al igual que millones de los que emigramos, he enviado remeras a cientos de familiares, incluyéndome entre los que enviamos 11 mil millones de dólares, además de cientos de miles de cajas llenas de comestibles e insumos médicos. Sabrás, que los tenemos presentes, que no los olvidamos. En estos años en que confronto el avance del tiempo en mi persona, doy gracias a Dios por la bendición de haberme traído a esta ciudad de Nueva York, hace ya mucho tiempo. Ahora soy una inmigrante “domínico-americana”, consciente y resignada a que este es mi hogar. Por el resto de mi vida terrenal.

Pero a ti, Santiago querido, te llevo presente cada minuto de mi vida, orgullosa de esta identidad mía de ser una dominicana proveniente de las entrañas de mi madre mientras vivía en ti, así que tú también eres mi madre, ciudad hidalga, símbolo icónico del Cibao quisqueyano. A través de la distancia y del tiempo, te escribo hoy esta carta de amor, Santiago de mis amores, ciudad donde nací y me hice mujer hace ya tantos años.

Sí, me refiero a ti, pueblo grande y pequeño, ¡Santiago de los Treinta Caballeros! (tu nombre oficial en los anales de nuestro país), ciudad famosa por tu gallardía, por la cultura de tu aristocracia y por la belleza de tus mujeres; pueblo grande y chiquito, conocido por los dominicanos como bastión independiente, progresista y culto. Al mundo hablo en tu nombre, ciudad amante de la cultura, en donde crecí robusta como un roble y aprendí a ser intelectual. Un abrazo grandote, abarcando desde las cordilleras septentrional hasta la central, porque mi amor hacia ti es tan enorme que mis brazos te cubren como hija amorosa, al igual que cuando me cubrías en mi niñez y juventud.

Finalmente, quiero que sepas que no hay mayor fuente de orgullo para mí que el contestar cuando me preguntan en Nueva York y en el mundo, en donde nací: ¡Soy de Santiago de los Caballeros!

Con amor infinito, tu hija de siempre, Inés.

Comentarios


  1. Para nuestra gran escritora e inigualable colaboradora de este importante blog, Inés:
    Mi respeto y admiración por ti son infinitos. Me identifico plenamente con la historia que compartes, pues cada relato me transportó a mi amada cuidad Corazón.
    Tu experiencia como inmigrante es un ejemplo digno de triunfo y éxito. Tu determinación y perseverancia te han llevado muy lejos, y eso es algo que todos podemos aprender de ti.
    Eres un verdadero ejemplo a seguir, y me siento muy orgullosa de ti. ¡Tu historia es un faro de inspiración para tantos!"

    ResponderEliminar
  2. Hermosa carta de amor a tu querido Santiago! Querida Inés tu historia migratoria nos toca a todos los que nos tocó dejar nuestra tierra materna.

    ResponderEliminar
  3. Excelente! Orgullosa de ser tu Amiga.

    ResponderEliminar
  4. ¡Hola, Inés! Precioso texto. Estoy sin palabras. Increíble cómo se combina en esta carta la experiencia personal, los sentimientos y las emociones con un detallado trasfondo socio-cultural. Muchas gracias por compartir su experiencia.
    Un fuerte abrazo.

    ResponderEliminar
  5. ¡Me encanto! Muchas felicidades Ines. Es un gran tesoro literario. Que bonita la forma en como compartirnos tu testimonio desde un lugar de amor y nostalgia. Sus palabras nos guiaron a sentir todo de una forma maravillosa. Lograr capturar mi corazón cuando hablaste de la esencia de Santiago de los Caballeros. Hablaste de tu pasado, presente en Washington Heights. Pero los entretejiste de una forma magistral. Te admiro mucho. Tienes un espíritu noble y resiliente. Eres una gran mujer de las letras. 
    Me conecté mucho amiga. Mil gracias por ello. Que viva nuestras raíces y el poder de los recuerdos. 

    ResponderEliminar
  6. Ines me encanto los temas como la inmigración la nostalgia y gracias al compartir un mensaje de reflexión de que la vida nos da una enseñanza.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario